Juan González Moras
El canon se construye con héroes pero también con enemigos. Si hay algo que nos une en –aún en permanente tensión- y nos acerca al ideario K, son sus enemigos. En esto también está presente el mito en forma de canon.
Los K han elegido más prolijamente a sus enemigos que a sus amigos (algo que los hace realmente peronistas). Y sus selectos enemigos integran una cofradía que difícilmente nosotros podríamos eludir: los militares, el campo, la iglesia, el FMI, la corporación mediática, en fin: los 90.
Los 90 simbolizan, de muchas maneras, aquello que se elige como enemigo y se estigmatiza. Esos 90 fueron posibles gracias al amparo y el acuerdo de, otra vez: los militares, el campo, la iglesia, el FMI (como clara expresión de los capitales financieros globales), la corporación mediática (que se estructuraba definitivamente como multimedios).
Fue luego de elegir a esos enemigos que pudo forjarse el canon de los héroes del ideario K. No antes.
Néstor es quien, durante su mandato, comienza a recorrer claramente el camino. Primero, ausenta definitivamente al Poder Ejecutivo nacional de la casa de la Iglesia argentina: no irá nunca a un TEDEUM. Luego, arremete en la ex ESMA y hace bajar los cuadros al Jefe del Ejército. Comienza el recorrido que terminará con la declaración de nulidad de las leyes de obediencia debida y punto final. Paga la deuda con el FMI y contribuye decididamente a desbaratar el ALCA. Se acerca, en fin, a Latinoamérica.
Evita aparece en el cuerpo y la voz de Cristina durante la crisis del campo. Momento en que se define, también, la guerra con la corporación mediática.
Son los tiempos en que aparece Carta Abierta. Son los momentos en que comienza a pensarse al kirchnerismo más allá de la coyuntura.
Son los tiempos en que comenzarán a gestarse los reales logros del “modelo”: estatización de los fondos de pensión; la recuperación de los servicios públicos; jubilaciones para millones de personas al margen del sistema previsional; ley de medios audiovisuales; matrimonio igualitario; la reforma política; el subsidio universal a la niñez.
Temas y problemáticas que nos han devuelto a la discusión política. No a la discusión política entendida en términos parlamentarios, sino en términos de discursos políticos y, luego, de elecciones decisivas a la hora de apoyar o no determinadas medidas o proyectos. Discusiones que, en muchos casos, han implicado verdaderas bisagras: el periodismo nunca más será lo que pretendidamente era. Cada uno, ahora y en adelante, defenderá los colores de su camiseta. Uno entre muchos ejemplos.
Es por ello que, si bien podemos decir que nos unen los enemigos, estamos lejos de que nos una el espanto. Esta vez no se trata de eso. Se trata de lo contrario, es decir, de dejar de espantarnos. De comenzar, de una vez, a dar las discusiones que nuestra sociedad no se había dado en los últimos cincuenta años.
Y está, también, más allá de estos acuerdos, lo que falta. En este caso, los enemigos que falta enfrentar. Falta que nos incomoda, nos lleva a formular otras preguntas, a lugares menos complacientes. Hasta ahora no podemos visualizar cómo este “modelo” enfrentará, si es que tiene el coraje, a aquellos que depredan los recursos naturales (corporaciones mineras, petroleras, pesqueras, forestales) y a la patria financiera.
De cualquier modo, aquellos mínimos acuerdos, nos conducen al terreno del mito. Los mitos tienen una función específica: iluminan un camino a ser recorrido, a ser emprendido. Los mitos cumplen su misión, entonces, si logran plasmarse en hechos que los justifiquen y los resignifiquen.
Momento, este último, que si no ocurre (el de la resignificación, el de la discusión del recorrido y los objetivos; el de la recuperación de la política como instrumento de crecimiento) dará paso a la transformación de esos mitos fundacionales, en fetiches. Meros artilugios que se ocuparán de escondernos de la historia. De corrernos de la historia para ubicarnos en un permanente presente. En la comodidad del presente
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