Matías Manuele
Pasado y Tradición
La mano izquierda desmiembra y apelmaza la materia informe del vellón. Amasa y va lo lleva la otra mano donde, suavemente, entre el dedo pulgar y el índice lo frotan y rolan. Es un constante ir y venir. Así se va estirando el vellón y formando un cordón que se enrosca en el huso y se va armando el ovillo. Es una tarea de meses. Con la misma paciencia que la hilandera, la lanzadera va y viene sobre la estructura de la urdimbre, llevando esa trama que antes era solo una argamasa amorfa. Y a medida que trama y urdimbre se enredan, el peine, en bruscos movimientos irá ajustando, sedimentando, y dando forma al motivo: la figura canónica, el símbolo que aparece solo después de este hacer.
Figura y Troquel
Acaricia la madera, la cepilla, le clava un punzón. Serrucha un ángulo, empareja con la escofina. El arte del carpintero se desarrolla quitando sobras. Cortar y pegar. Es un arte de ángulo y encastre. El estilo de la coincidencia, la búsqueda de las formas concurrentes que transforman un conjunto de tacos y recortes en un pequeño armarito de pared.
Hay un nexo oculto entre linajes y carpintería. José, la masonería. Carlos Astrada hablaba del troquel, el sacabocados con que vamos hacia el pasado entresacando figuras (el elige el gaucho) discriminando, y extrayendo. La invención de un linaje. Lugones elige también al gaucho, pero se remonta al desierto árabe en su linaje. Lanza de montonera, facón gaucho, libreta sindical, es la ascendencia que recupera Martínez Estrada.
¿Se construye un canon pegando figuritas? ¿Estamos en condiciones de aceptar un verdadero trabajo sobre las aristas, las rebabas de los pensamientos, los ángulos obtusos incompatibles? ¿Quien será el avezado que esgrima la escofina de la historia? ¿Quién puede tener la humildad o la soberbia de hacerse responsable de ese “armarito”?
Mezclas y Guisos
El cuchillo penetra suavemente entre la carne y la piel. Separa, troza, deshuesa, trincha. El arte del cocinero tiene algo del corte y pegue del carpintero, pero es un arte que va más allá. Ese pegar no une sino que transmuta. El arte de la cocina es el arte del catalizador: el conocimiento acerca de las propiedades de las sustancias que en contacto físico con otras, generan reacciones que aceleran, inducen o propician cambios, mezclas, precipitados, transmutaciones. El arte del cocinero es un arte de alquimista.
Y es además un arte de restos: de curioso en la heladera que fisgonea los resabios de otros y los convierte en un nuevo manjar. Arte cartonero. Cuándo las sobras de la semana se transforman en “Lumami”, “chaulafan”, o en los “éxitos de la semana”, ¿puede elaborarse un canon desde lo relegado, desde lo residual, o por definición la canonización de lo relegado hace desaparecer la esencia de lo excluido?
Grafitos y Ombligos
En la pared no es la dimensión lo que condiciona, sino su uso: estar abierto al aburrimiento, a la rutina del pasar frente a él día tras día, y por ende, la necesidad de las múltiples lecturas. Exceso de Información. Así me decía Luxor mientras garabateaba la pared. El graffiti necesita un estallido de signos clasificados y por desclasificar que vuelva al muro un espacio de dialogo permanente, una incontinencia verbal abrumadora, irrefrenable. En esta lógica, entonces, todo signo se vuelve un significante que es engullido por la pared. No hay afuera.
Pero, ¿Cuándo el canon lo incluye todo, cuando resignifica cada gesto y acontecimiento en relación a su propia lógica, lógica binaria, de amigos y enemigos, de canónicos y traidores, hay algún lugar para las lecturas subterráneas? ¿Cuándo el canon se construye mirando su propio ombligo, como buey solo que bien, que espacio queda ya no para el desacuerdo (en términos amigo/enemigo), sino para el malentendido, en términos de poiesis, de posibilidad de génesis de un nuevo sentido no atrapado por la lógica binaria?
La necesidad del afuera
Pero, cuando los lugares se transparentan, cuando todos tenemos un lugar claro, ultra K o Anti K, progre o derechoso, “hacedor del juego” o traidor, cuando el canon es la perfecta regla para ordenar la sociedad, ¿Qué hacemos con esa mosca que zumba en nuestros oídos: ¿que pasa allá afuera? ¿Alguien quiere asomarse y ver? No es época de mitos sino de herejes, de pequeños demonios. No es momento de Evas sino de Liliths; no de simpáticos metrosexuales y disciplinadas gays, sino de locas y pervertidos. De Charlys, no de Fitos. De Indios, no de Corderas.
El canon como tradición no se asienta tanto en un tiempo como en un saber, que necesita del tiempo para sedimentar, para doblegar otras formas. Un arte de siglos, conocimiento sedimentado en saberes ocultos, orales, experienciales. ¿Puede sostenerse un canon en la urgencia y la necesidad? Cuando esa trama de los largos tiempos se cruza con la acelerada urdimbre del diseño, la necesidad, la mercancía, el saber explicito reemplaza al secreto y al olvido, que no es represión sino una forma de cuidado del pasado.
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