La Grieta / Revista Digital / Pensando en voz alta, Numero 0, Año 1, septiembre 2011.

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viernes, 9 de septiembre de 2011

¡Solapas, boletas y millones de sorpresas más!


Por Jerónimo Pinedo


“¡Bárbaros! Las decisiones no se matan.”
Jonatan Sarmiento de Laferrere


Se puede acudir a diversas razones y argumentos, incluso contradictorios entre sí, para tratar de comprender que tipo de proceso político estamos atravesando, pero me parece que la idea de canon es la menos interesante. Lo que solemos llamar kirchnerismo, replicando aquella vieja costumbre argentina de segmentar el flujo continuo de la historia transformando los patronímicos en una especie de corrientes oblicuas que lo cortan lateralmente, puede compendiarse en una serie de decisiones políticas. Muchas de ellas adoptadas, tempranamente, en una extraña soledad y ausencia de masas (y de intelectuales, ambos reencontrados tardíamente), que fueron engendrando un nuevo piso de normalidad política luego de tiempos de intensa lucha social desarrollada principalmente en las calles.

Néstor Kirchner y luego Cristina Fernández, lograron construir un esquema de acuerdos entre fuerzas sociales y políticas múltiples y un conglomerado de intereses y sentidos heterogéneos articulados en un esquema de gobierno que le dio un nuevo protagonismo a las decisiones tomadas desde la cúspide del Estado. Es más, hicieron del Estado, un espacio arrasado durante varias décadas, la cúspide desde el cual proyectar la iniciativa política. Esto es, el kirchnerismo ha podido construir una nueva hegemonía, desde un lugar y con actores inesperados si se lo mira con el cristal del “fin de la historia” forjado durante las décadas neoliberales. De aquí surgen las tan meneadas “sorpresas” a las que nos tiene acostumbrados el actual devenir político.

El historiador inglés Eric Hobsbawm dice que en América Latina se siente como en casa, porque fuerzas sociales y políticas muy vivaces siguen hablando el lenguaje político que se forjó en el siglo XIX y primera mitad del XX. Estado. Nación. Trabajo. Desarrollo Industrial. Derechos Sociales. Esta afirmación también le cabe a los gobiernos de Néstor y Cristina, si le sumamos lo mejor del lenguaje político forjado en la pos-dictadura y la construcción de un horizonte sudamericano. Tomo al pie de la letra lo que ha dicho Cristina de que su gobierno se dedicó a pagar viejas deudas. Aún queda ver si en su próxima agenda aparecerán nuevos desafíos: recursos naturales, aborto, habitat popular,  etc., o sólo se contentará con administrar lo hecho, que es mucho, frente a un capitalismo en convulsión.

Una nota aparte, merecen aquellos que buscan adicionarle al kirchnerismo una lista de libros sagrados. O de darle un “relato” plagado de citas literarias. Sin duda que hacen un esfuerzo respetable pero insustancial. Alcanza con reparar en el micro clima porteño donde “los intelectuales”, reunidos en asamblea de bibliotecarios, hicieron el extraño descubrimiento de que los globos son de derecha. Haciendo gala de una pavorosa confusión entre el análisis de estilo y el análisis político. La política argentina no puede pensarse a través de un torneo de citas eruditas o de griegos extemporáneos empecinados en convencer al ágora constituida por sus amigos, básicamente porque el espacio político contemporáneo no es un ágora ni mucho menos está fielmente representado por las afinidades electivas personales. La ecuación del triunfo municipal macrista es de una sola incógnita: ¿Qué no hicieron y debieron haber hecho los kirchneristas porteños para ganar? Les doy una pista que me pasó un amigo: por cada palabra que carta abierta adicionaba a su ya por demás extensos, in-entendibles y escasamente leídos pronunciamientos, Ritondo creaba una unidad básica y repartía boletas. Es cierto que a Fito ese estilo de hacer política le da asco, pero el gobierno no es un estudio de grabación habitado por groupies y la gran mayoría de los argentinos no va el sábado por la noche a La Trastienda. Y ese estilo, a no equivocarse, también fue parte de lo que está dando millones de sorpresas este domingo.

La ola de votos que está lanzando a Cristina directo a su reelección no hace más que confirmar esta situación, basada en el viejo adagio gramsciano  de que todos somos intelectuales, aunque hay algunos a los que les pagan por hacer de intelectuales, y entonces se la creen. A pesar de lo que pueda interpretarse en la superficie de esta nota, que algunos entenderán erróneamente como antiintelectualista, lo que quiero decir es que si alguien tiene que revisar lo que lee, esos somos los sujetos librescos que fruto de nuestra deformación profesional suponemos que un gobierno que toma decisiones de corte progresivo tiene que venir acompañado de los dioses que conforman nuestro pequeño altar personal y que suelen decorar el fondo en ciertas solapas de ciertos libros. Ya sé, me dirán que Alfonsín leía y citaba a Rawls, y yo contestaré en el buen castellano de Jesús de Laferrere: ¡y a mí qué!

Los más de diez millones de ciudadanos que introdujeron en la urna la boleta que lleva el retrato de Cristina Fernández, no lo hicieron porque leyeron los diez libros imprescindibles del intelectual kirchnerista, sino porque por una variedad de razones se sintieron interpelados por su figura y su forma de llevar adelante los asuntos del Estado. Probablemente, esos ciudadanos lean libros muy diferentes e incluso los considerados “no libros” por aquellos que, forjada su subjetividad en el microcosmos académico, desean ayudar desde su “alta cultura” a un movimiento que por efecto de decisiones políticas adoptadas en el momento y en el lugar oportuno, ha revertido en un apoyo de las masas electorales.

Mi tía, la peluquera de Gran Bourg, cuya única lectura canónica fue la biblia y no sabe con que gaseosa cola se toma un Forster, ayer votó a Cristina con la misma devoción con la que deglute los libros de Ari Paluch y Fernando Estamateas.  Un ejemplo más de lo que se obtiene con hegemonía. ¿Quizá a Fito también le de asco?

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